En muchos hogares ya no se habla de Dios. Los niños no
pueden aprender a ser creyentes junto a sus padres. Nadie en casa les inicia en
la fe. Sus preguntas religiosas resultan embarazosas y son pronto desviadas
hacia cosas más prácticas. Lo que se transmite de padres a hijos no es fe, sino
indiferencia y silencio religioso. No es, pues, extraño que encontremos entre
nosotros un número cada vez más elevado de niños sin fe. ¿Cómo van a creer en
Aquel de quien no han oído hablar? ¿Cómo se va a despertar su fe religiosa en
un hogar indiferente?
La actuación de los padres es diversa. Hay
algunos a los que no les preocupa en absoluto la fe de sus hijos. Hace tiempo
que ellos mismos se instalaron en la indiferencia. Hoy no saben si creen o no
creen. ¿Qué pueden transmitir a sus hijos?
Hay también padres que, aun sintiéndose
creyentes, dimiten fácilmente de su propia responsabilidad y lo dejan todo en
manos de los colegios y catequistas. Parecen ignorar que nada puede sustituir
el ambiente de fe del propio hogar y el testimonio vivo de unos padres
creyentes. Pero hay también padres preocupados, que no saben qué hacer en
concreto. Padres que buscan apoyo y orientación y no siempre lo encuentran.
Puede ser oportuno recordar algunas cosas sencillas pero básicas.
Lo más importante es que los hijos puedan comprobar que sus padres se sienten creyentes. Que puedan intuir que Dios es alguien importante en su vida, que la fe les anima a vivir de manera positiva y les sostiene en los momentos de sufrimiento y prueba.
Lo más importante es que los hijos puedan comprobar que sus padres se sienten creyentes. Que puedan intuir que Dios es alguien importante en su vida, que la fe les anima a vivir de manera positiva y les sostiene en los momentos de sufrimiento y prueba.
Pero no es posible transmitir lo que no se
vive. No se puede enseñar a rezar al hijo cuando uno no reza nunca. No se le
puede explicar por qué el domingo es fiesta si en casa no se celebra ese día de
manera cristiana. No se le puede hablar en serio de Jesucristo si el hijo nunca
nos va a ver leer el Evangelio.
Es importante, también, preocuparse
directamente de educar la fe de los hijos. Comprarles alguna «Biblia para
niños», ayudarles a leer esas publicaciones tan hermosas orientadas a
presentarles la fe y enseñarles a orar, ver con ellos esos «vídeos» de
iniciación a la fe. Nadie mejor que los padres para despertar en los hijos la
experiencia religiosa.
Al mismo tiempo, son los padres los que han
de acercar al niño a la comunidad cristiana a la que pertenece. Enseñarle el
templo parroquial. Mostrarle la pila bautismal donde fue bautizado. Seguir de
cerca su proceso en la catequesis. Participar con él en la Eucaristía
dominical. Celebrar las grandes fiestas cristianas de la Navidad, Semana Santa
y Pascua.
La fe o la increencia de las nuevas
generaciones se juega en buena parte en la familia. Hay un relato evangélico
que nos hace una invitación que no debiéramos olvidar: «Este es mi Hijo amado.
Escuchadlo».
Quizá necesitemos recordar que ser
cristiano es vivir escuchando a Jesús. También los niños están llamados a
escucharlo. Pero difícilmente lo podrán hacer si nadie les habla de El.
La fe o la incredulidad de las nuevas
generaciones se juega en buena parte en la familia.Es bueno recordar a la Familia de Nazaret,
modelo de vida para todo hogar cristiano.
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